lunes, 21 de mayo de 2018

Sanando


Iba a escribir un descargo sobre mi dolor, sobre algunas heridas que mi alma aun lamenta. Quería exteriorizar las veces que una mano me quemó la piel, cada vez que tragar saliva y ocultar un llanto fue necesario para enfrentar un dolor, cada golpe al alma que me ha sido propinado. 
Pero no, hoy no es esa noche. Hoy voy a hablar de como comencé a sanar, de esas manos que calientan mi piel pero no queman, sino que reconfortan. De las risas que debo esconder para evitar ser indiscreta, y de los abrazos que han ocultado llantos que acaban en un beso sincero. 
Estoy empezando a sanar mis heridas, aunque cueste pues, recién empiezo, pero al menos cuento con un buen doctor y de él pretendo hablar. 
Una tarde de Mayo, en las escaleras de la Facultad de Derecho, con frío, gorros de lana y pañuelos, un beso le dio comienzo a esta paulatina cura. Desde ahí, entre rock, caricias, cervecerías y besos, comenzó todo. Las noches sin dormir hablando de la vida, filosofando y amándonos. Las eternas caminatas por el microcentro para terminar en alguna cafetería merendando entre risa y anécdotas.   
Mi compañero de desmarañado cabello castaño, tatuajes y actitud altanera, se convirtió en el héroe mas inesperado. Su sentido del humor, su dulzura y su bondad, me ayudó a entender que el mundo no era tan oscuro como parecía y que yo tenía la fuerza para sanar. 
Hoy, a un año de nuestro primer beso, me veo obligada a dar las gracias, quizás no sea de mis mejores textos, pero es una necesidad que surge de mi alma, de lo mas profundo de mi corazón y quiero revelarle al mundo la felicidad que siento, y como día a día mis heridas van sanando. Codo a codo vamos sanando mutuamente, si uno se cae el otro lo levanta y así juntos construimos de a poco nuestro camino, con metas individuales pero juntos. 


PD: Te Amo, Superman.  


Hasta que mueran las Palabras....



La Invisible 

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